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lunes, 23 de noviembre de 2009

La fotografía

Ya se había olvidado de todo lo que había pasado, decía con gran ecuanimidad – ¡ya es historia patria!- y si, era ya parte del pasado su relación con Adelaida, ahora solo tenia cabeza para su viaje. La empresa para la que él trabajaba le había pedido que realizara unas fotografías de los exóticos lugares de las riveras del amazonas en las fronteras con Perú y Brasil.
El día llego y su maleta ya estaba lista, siempre la dejaba hecha tres días antes de cada viaje, y se acostaba muy temprano porque pensaba que así el viaje era más soportable. Su trabajo no le permitía tener ningún tipo de estabilidad en sus relaciones, cuando se viaja el corazón es de un pasaporte al cual los piropos y los compromisos le llegan como sellos estampados en diferentes idiomas. Llego presuroso al aeropuerto pues siempre llegaba tres horas temprano a su vuelo, que esta vez lo dejaría cerca de un pueblito al que llegaría en unos burritos que alquilaban por solo 5 dólares el trayecto.
Encontró que era un lugar grandioso, de un verde exquisito, el aroma a hierbas silvestres estaba por todos lados, era tan diferente al humo de la gran ciudad, sintió como una bofetada de brisa le enraizaba el alma, la mojaba con todos los colores y los brillos. A lo lejos vio una cascada enorme y quiso ir, por mucho tiempo soñó hacerse en la parte de atrás de la cascada, pensaba que eso era algo mítico, le refrescaría hasta los huesos.
Pájaros que solo veía por algunos canales de la tv, ahora estaban sobrevolando como pasajeros y transeúntes de la gran vieja molienda, así se llamaba el lugar, la molienda. Descargo maletas en una antigua casona hecha de los materiales de la región y diseñada por los más prestigiosos arquitectos e ingenieros, los indígenas Arantés. Los turistas que escaseaban cada vez mas, solían quedarse ahí, para ir a ver las rarezas y portentos de la naturaleza; muchos sueñan con ver murallas enormes de concreto y metal fundido. Estos, los forajidos y exiliados de sus propias invenciones vienen a nuestros terruños inimaginables a ver lo que realmente causa conmoción, especies perdidas de sus laberintos interminables de asfalto, de sus filas abismales de transacciones y molinetes en el absurdo y obligatorio regodeo de su cotidianidad.
Ahí estaba Marcelo, lleno de esa curiosidad por entregarse al viento y abarcarse en un todo con el pasto, los pájaros y los ruidos, que eran tan poco familiares para él, artilugios mágicos de ese gran Molienda que cada día se gestaba y arremolinaba en una bandada de plegarias como una rebeldía a la modernidad.
Tan perdido estaba Marcelo en ese tercer mundo como mal suelen llamarlo que su compañera sempiterna estaba aun en la maleta de viaje, su cámara aun no daba el primer flashazo, Marcelo quiso pedirle permiso a esa natura que lo embobaba y lo embelesaba aun más.
De repente sintió en esa condición inútil en la que caemos como prisioneros que era tiempo de que la madre tierra fuese conocida, en todos lados, en las barracas de los mas detestables tugurios citadinos, en los más altos y repugnantes pulpitos de la venerada clase social alta, en el norte donde la clase dirigente calienta sus mas tristes cavernas disfrazadas de opulencia y donde ni siquiera saben cuanto cuesta un litro de leche porque también tienen gente para que se unten de pueblo para no mancharse con el vulgo. Así que corrió muy rápido y saco su cámara y se embarco sin decirle nada a nadie hacia la gran cascada del monte caído. No supo y no quiso preguntar porque se llamaba así, a fin de cuentas pensaba averiguarlo por si mismo - basta de historias, voy a conocer, y ver con mis ojos de lo que esta hecho este mundo - se dijo a si mismo como envalentonado y con tono de aventura y travesía.
Atravesó como alma en pena el valle, y con cada paso la cascada era mas grande y respetuosa, era tal y como lo había soñado, los sueños son mejores cuando dejan de serlo, pensó arrebatadamente y dejándolo todo se quito los harapos de casa de diseñador y en ropa interior se lanza descomunalmente, era una caída de 4 metros. Estaba como enloquecido, no se pregunto si podía morir, si bajo el agua hubiesen piedras grandes con las que pudiera chocar. En el aire y cerrando los ojos, con las manos extendidas solo esperaba recibir el mojado de aquellas aguas misteriosas y fue cuestión de segundos donde Marcelo estaba sumergido, había encontrado para si una aguas puras y recordó estando inmerso los días donde se sumergía en la alberca de su casa, no se podría comparar una cosa con la otra, pero el sentimiento era el mismo, volvía a ser niño.
Estuvo retozando en esas aguas por más de una hora y sin cansancio alguno. Nadó hacia el chorro vertical y se poso justo detrás de él, y sintiendo aquella rareza vio a través de las aguas una joven mestiza que corría a internarse en el espesor de la selva, tenia puesto un vestido de lo mas extraño, y en sus manos llevaba algo. Marcelo intrigado salió raudo del agua y en sus paños menores empezó a correr tras ella…

martes, 17 de noviembre de 2009

La niebla y la lluvia

Erika era bonita, Erika se detuvo, Erika tenia sonrisa perfecta, pero no supo bien lo que paso. Veía pasar los autos que bajo la lluvia la chispeaban, sin darse cuenta, sin importarles, ella era parte del paisaje. Tenia un vestidito blanco, y una rosa en la mano, su cabello ya se había despeinado y mojado reventaba en el húmedo de la saciedad.



No tenia frio así dijeran por la radio que estaban a 7 grados centígrados, su piel estaba tal vez 50 años más vieja, y el maquillaje se volvió una paleta de colores grises y una payasada rotunda que se mezclaba con su piel. Se sentía alegre porque sus lagrimas se confundían con la lluvia, así pasaría desapercibida aunque no haría la diferencia que la vieran llorando, ella era el paisaje.



El agua corría por sus pies, con la basura de la ciudad, como viejas barcas y naufragios de lo que se lleva al olvido. Un viejo lápiz navegaba, quien iba a saber de quien era, a quien se le habría caído. Tomó el lápiz aun con punta y decidió escribir tan solo una frase en el pavimento mojado, no le alcanzaría para mas, antes de que se agotara su punta. ¡Me quiero morir!, escribió. Con el corazón mallugado y parecido a una uva pasa no sabia que hacer. La lluvia le mojaba la piel, el amor, la razón, y si pudiera también le mojaría el alma.



La razón es mas débil que la locura, es por eso que hay mas locos que cuerdos y esa es la vil verdad. Erika no esperaba a nadie, no quería hablar mas que consigo misma, su mundo no distaba mas de tres centímetros de su piel y su eufórico y paradigmático estado de animo era nuevo para ella, sentir como se siente lo que no quería vivir y enfrentarse con el rostro del miedo era bastante interesante aunque por demás doloroso, tanto para tomarse una pastilla y volver a nacer.



Un viejo que juntaba objetos inanimados a los que bautizaba como hijos y los santificaba como tesoros se acerco.



- Niña yo también me siento triste, todos los días de mi vida me levanto sin la esperanza de recuperarlo todo. Desayuno el trago amargo que me da mi vejez y bajo la lluvia recuerdo que ya soy un pobre anciano. Me da miedo verme a un espejo, llevo años sin hacerlo, será por eso que mi peinado luce tan distinto - Erika sonrió- pero usted niña es joven y bonita, aun conserva las fuerzas, y el sol le puede sonreír. No deje que este mundo la absorba como lo hizo conmigo, no escape de sus `problemas porque regresan cada día como fantasmas que trae la noche y el frio, no hulla porque entre mas lo haga mas prisionera será. Regálese a si misma la libertad y no llore mas, y viva, y subsista, luche, perviva.



-No se si sea tan fuerte, no se si quiera vivir, no hay nada mas para mi. Que voy a hacer en un mundo donde nadie sabe que existo, donde mis latidos son menos importantes que los billetes.



-La libertad personal es el tesoro mas grande y valioso que existe sobre esta tierra, su vida vale tanto que usted no tiene ni idea cuanto vale, usted es como un triste violín que necesita que las manos del maestro toque una nueva melodía, y así podrá danzar, así vera que si hay esperanza, no me mire a mi porque yo escogí perderme, yo escogí mutilar aquello que me daba vida, es por eso que parezco un alma en pena, con estos harapos y con este carro que arrastro cada día así como a mi cuerpo. Señorita no hay dolor que Dios no pueda curar, así que levántese y vallase para su casa, tómese un café, duerma descanse, no piense en nada mas que cuando se despierte será mejor, se lo digo yo.


El anciano se fue arrastrando el carro, con un viejo plástico sobre su cabeza, apenas y podía cubrir su cuerpo y su silueta encorvada se perdió con la niebla y la lluvia…